Cuevana: otra historia, Rolling Stone

La historia detrás de Cuevana

A los 20 años, entre fernets y capítulos de Lost, Tomás Escobar creó un monstruo desde su habitación de estudiante en Córdoba; ahora, después de perder en el camino a dos amigos, quiere ser parte de la industria del entretenimiento

Foto de Eugenio Mazzinghi
Por Pablo Plotkin

En un café de la zona de las facultades, una mañana de primavera, Tomás Escobar es la versión geek de un vendedor de tónicos para la juventud eterna. Durmió poco, se pasó la noche rediseñando la interfaz de Cuevana y reescribiendo el código para que el sitio no colapse. El tráfico crece a razón de un veinte por ciento mensual, con un récord diario de dos millones de visitas. A esta hora, tiene la cara tan pálida como el culo de Mark Zuckerberg, pero aun así, con 22 años y una adorable tonada sanjuanina, le queda medio tanque de energía para diseminar su fe.

Tal vez no sea un entrepreneur carismático, pero tampoco es un nerd sin ángel. En estos últimos meses, después de abandonar los estudios de Ingeniería en Sistemas en Córdoba y mudarse a Buenos Aires, la popularidad de su plataforma lo dotó de una evidente confianza en sí mismo. A eso le sumó un poco de asesoramiento legal y unas cuantas dosis de literatura emprendedora 2.0. Habla del diferencial de la “experiencia Cuevana” y asegura que los sitios valen por sus comunidades (en su caso, habría que valuarlo en millones de dólares). Dice que está pactando acuerdos con señales de cable, productoras y un importante organismo estatal. “La idea es convertir a Cuevana en una empresa internacional con base en el país”, comenta este fan de Arcade Fire que maneja su negocio (al que él llama prudentemente “hobby”) desde una MacBook Pro en el departamento de un amigo, en un edificio de la calle Anchorena, donde duerme de prestado hasta tanto se consiga una vivienda en la ciudad.

Esta es una historia que mezcla fascinación tecnológica, adicción a las series, amistad adolescente, dólares frescos, inocencia interrumpida, acusaciones de traición y peleas sin sangre. El kilómetro cero del relato es Nueva Córdoba, el distrito universitario como un improbable Silicon Valley on fernet, o un lugar donde, se supone, nadie está pensando el rumbo cultural de la época, excepto un par de pibes que absorbieron intuitivamente la visión de futuro, sin delirios de grandeza ni dilemas filosóficos. Una generación bendecida con una confianza ciega en sus percepciones, y con una capacidad delirante para convertir las propias necesidades cotidianas en demanda masiva. La época la están haciendo estos iluminados rasos.
Hablamos de una de las veinte plataformas argentinas más visitadas de Internet, y la más exitosa de América latina en su rubro. El lugar al que vamos cuando queremos ver el último capítulo de True Blood o Mad Men en buena resolución y con subtítulos en castellano. Y un invento atravesado por debates silenciosos sobre propiedad intelectual, legislación y nuevos modos de distribución de mercancía cultural. “Cuevana es un emergente creado más por los usuarios que por sus fundadores”, dice Julián Gallo, editor del sitio Mirá! “La industria no respondió a tiempo a la madurez tecnológica de los televidentes. La gente tuvo que hacerlo.”
En un rincón del bar desierto, frente a la primera Pepsi del día, Tomás Escobar encarna el discurso opuesto a los anarco-hackers de Anonymous, por ejemplo, los que prometen destruir Facebook por negociarle a las corporaciones la información del pueblo. Ni siquiera tiene el tono jactancioso y provocador del primer Zuckerberg, el que decía que los capitalistas venían a robarle sus ideas revolucionarias. Tomás ejerce la prédica del adaptado. Sabe que se ha movido al filo de la ley, pero también entiende que lo que le explotó en las manos es grande. Hijo de un contador que ejerce de empresario, está asesorado y quiere ser parte del establishment de los nuevos medios. Así resume su estrategia: “Cuevana captó la demanda de los usuarios. Ahora el objetivo es que se retroalimente con el cine. Crear un nuevo modelo de negocio”.
Para algunos, la cosa no es tan sencilla. “En tanto negocio, la plataforma es ilegal”, dice Mariano Amartino, de Überbin I/A, una consultora de estrategias en Internet. “Ni lo analizo en lo moral o como emprendedorismo. Esto es lucro con la reproducción pública de obras sobre las que no tienen derechos. Punto.” Andrés San Juan, abogado especialista en este tipo de conflictos y representante de los Taringa! (procesados por una demanda de la Cámara del Libro), no está de acuerdo: “Ellos no hacen la copia ni la distribuyen; la facilitan. Puede que Cuevana sea parte de la cadena, pero no hay delito ahí”.

La coartada legal de Cuevana (que hasta ahora no recibió ni una intimación judicial) se basa en que el sitio no descarga ni aloja los contenidos: funciona como un exhibidor de material bajado en otras partes. Desde el punto de vista técnico, lo que Cuevana pone a disposición es el link. “El link es sagrado”, dice Beatriz Busaniche, wikipedista y militante de Vía Libre, una agrupación que pelea por un cambio en la ley de propiedad intelectual. “Si van contra el link, no queda nada en Internet.” Sólo que, en el caso de Cuevana, gracias a un detalle sustancial de programación, el link se consume en casa. “Esto es algo comercialmente fabuloso -dice el periodista y desarrollador web Nacho Román-, pero no guarda relación con el espíritu descentralizado y abierto original de la web.” O sea que el punto sensible de la discusión bien puede ser ético. “Cuevana hoy no es un negocio”, se defiende Escobar. “Podría serlo, pero desde hace unos meses limité la publicidad al mínimo para pagar abogados y servidores [un gasto de miles de dólares al mes, para ese tráfico].”

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“La vida del hombre transcurre entre lo deseable y lo posible”

Octavio Getino fue coautor con Pino Solanas de la película La hora de los hornos. Con 76 años, mantiene su interés por los nuevos espacios de la imagen como parte del proceso que culminó, “felizmente” afirma, con la ley de servicios audiovisuales.

Estado de situación de una pasión argentina

El “debut” fue el 17 de octubre de 1951, en el marco del acto por el sexto aniversario de la lealtad peronista. Desde entonces, la TV argentina transitó un sinuoso camino hasta hoy, siempre condicionada por los vaivenes políticos, sociales y económicos.


Es amada y odiada con igual intensidad. Es celebrada y maldecida a diario por unos y otros, incluso por los mismos televidentes que pasan de un sentimiento a otro con una diferencia de cinco minutos. Es compañera fiel de pasados personales, y también colectivos. Es entretenimiento y memoria. Es reflejo de lo social, y constructora de realidades. Es el pasaje gratuito que todos tienen –botón mediante– para ingresar a mundos inimaginables. Hace reír y llorar, emociona y enoja, indigna y divierte: todo junto, revuelto y sin anestesia. Es “caja boba” y generadora de conciencia. Sorprende y repite, promete y desilusiona, entretiene y aburre, transmite optimismo y pesimismo. Es niñera electrónica y formadora de opinión,; brillante y basura. Es el pariente electrónico que todos comparten, que iguala más allá de cualquier diferencia económica, cultural, política y/o social. Es simplemente la tele, ese aparato que tantas contradicciones genera, ese mundo incomprensible que se cuela en cada casa, de un misterioso sabor al que nadie puede resistirse. La tele cumple hoy seis décadas de vida, una fecha redonda por la que vale la pena festejar. Aún cuando a diario se crea que el zapping infructuoso haya sido, otra vez, una pérdida de tiempo.


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“Los monopolios no resisten tres gobiernos populares seguidos”

En diálogo con este diario, el candidato a vice bonaerense por el oficialismo hizo un balance positivo de los dos años de vigencia de la ley de medios y anunció que propone “acercar el Senado a cada distrito” para discutir temas como la seguridad, la vivienda y el transporte público.
Mañana se cumplirán dos años de la promulgación de la Ley de Medios. En conversación con Página/12, Gabriel Mariotto, presidente de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual, se mostró conforme con la aplicación práctica de la ley pese a las medidas cautelaras interpuestas contra dos artículos. También dijo que su relación con el gobernador y candidato Daniel Scioli está “muy bien” y anunció un plan para darle impulso a la presidencia del Senado bonaerense.

Para aclarar el primer cuarto oscuro

Frente a la polémica suscitada por la supuesta “falta de representatividad” que acompañó la elección de Aballay…, el presidente de la Academia local, Juan José Campanella, destacó que votó el 30 por ciento de los miembros habilitados. “Es un porcentaje alto”, dice.
El lunes pasado, la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Argentina eligió a Aballay, el hombre sin miedo como la película que representará al cine nacional en la próxima entrega de los premios Oscar, en la categoría Mejor Película en Lengua no Inglesa. El western criollo de Fernando Spiner fue el más votado, con 22 de los 69 sufragios emitidos. Sin quitarle méritos a la película, basada en el cuento homónimo del escritor mendocino Antonio Di Benedetto, la cantidad de votos obtenidos y la regular asistencia de votantes –menos del 30 por ciento de los 227 socios habilitados emitieron su sufragio– generaron cierta polémica respecto de la representatividad de los films elegidos por la Academia local, y cierta inquietud por conocer los motivos de tan baja concurrencia al escrutinio. Página/12 dialogó con Juan José Campanella, presidente de la Academia, para aclarar algunos puntos respecto del sistema de votación de la relativamente joven asociación.

Ley de Medios

Ruidos que no los dejan escucharse

Por Ailín Bullentini, Página 12
Mientras asociaciones de televisoras comunitarias se concentraron ayer frente a la autoridad de aplicación de la nueva ley de medios para reclamar nuevas condiciones de licitación, los funcionarios aseguran que están trabajando en ese sentido.
Los medios televisivos comunitarios, autogestivos y populares son una pata fundamental dentro del multidisciplinario grupo de organizaciones sociales creador de los 21 puntos que consolidaron la base conceptual de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, así como bastiones de lucha por la aprobación y aplicación de esa norma. Sin embargo, a casi dos años de haber nacido la conocida “ley de medios”, quienes crearon y sostienen proyectos comunicacionales de ese estilo se reunieron ayer en la puerta de la flamante Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca) para reclamar reconocimiento. “Siguen tratándonos con desigualdad. Se niegan a trabajar concursos de licitaciones específicos para medios comunitarios, con requerimientos que tengan en cuenta nuestro funcionamiento”, explicó Natalia Vinelli, una de las creadoras de Barricada TV. Su descontento comenzó con la puesta en marcha de la licitación de 220 licencias de televisión abierta digital, cuyas bases los medios comunitarios reclaman que los “dejan afuera”. Desde la Afsca explicaron, en cambio, que todavía no se abrió la licitación para medios de baja potencia (ver aparte).
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