Hugo es uno de los 50 migrantes que forma parte del proyecto BordoFarms (Granja Fronteriza) del grupo Global Sharpers, el cual busca emplear a hombres y mujeres que fueron deportados para crear un huerto urbano.
Su trabajo es cuidar betabeles, espinacas y otras hortalizas que desde el 17 de enero fueron sembradas en 30 camas de cultivo colocadas en la canalización del Río Tijuana.
“Pues yo me la pasé palando y palando todo el día, no sé nada de cuidar plantas, pero si me quieren enseñar y eso, pues aprendo. Además es trabajo, y ya es ganancia porque aquí nadie quiere contratarnos, es una lata… que si los papeles, que si la credencial, todo te piden y nada te dan”, explica.
Para Hugo otro problema son los siete tatuajes que le cubren la mayor parte del cuerpo. En el pecho carga con un águila azteca que parece como si fuera a levantar el vuelo fuera de su camisa, pues sus alas se escapan bajo las mangas. En el corazón lleva escrito el nombre de Ana Karen, un amor que no quiere recordar, y en las costillas la frase en letras cursivas y escrita en inglés: “No hay que temer a quienes sueñan con los ojos cerrados, porque sus sueños ahí se quedan, sino de los que sueñan con los ojos abiertos porque ellos podrían hacerlos realidad”.
Pero el más notorio, es el que tiene a un lado de su ojo izquierdo: dos líneas, una encima de la otra, con tres puntos arriba, que significa el número 13 con simbología azteca, que eligió porque ese era el de su pandilla dentro de la prisión: Mexican Mafia, la MM, la doble eme.
Para salir a caminar, dice, debe llevar mangas largas, colores oscuros –el negro casi siempre– y lentes que le permitan esconder un cuerpo que para él es un orgullo, pero que para los demás representa la imagen de un hombre que pareciera llevar fajada una pistola en el pantalón y fuera a disparar al primero que tenga enfrente.
“Imagínese, todo el tiempo con tantito que asome el pie en la calle, luego luego la policía se viene encima de uno. Ya ni sé cuantas veces estuve en La 20 (una estancia para infractores), pero mejor me cuido, yo sé a qué hora puedo salir y a dónde puedo ir”.
Antes de tomar la pala y golpear la tierra para sembrar verduras, Hugo hizo de todo. Primero fue albañil, luego limpió parabrisas, pidió dinero, barrió calles y en los últimos meses lava coches, pero ese dinero no es suficiente, advierte. Con eso apenas paga la renta de un cuarto en la Zona Norte de Tijuana, un lugar espacio donde comparte incluso la letrina del baño.
“Yo cambié ¿Sabe? Cuando estuve en la jail (cárcel) terminé hasta el high school (preparatoria) y leía muchos libros. Mi favorito es el del chino, el que habla del Arte de la Guerra… hace mucho dejé las drogas porque aquí me ayudaron los pastores de una Iglesia, a veces hasta me daban de comer sin conocerme, y esto de sembrar verduras pues… vera, a lo mejor no lo necesito, pero es una forma de devolver todo lo que la gente hizo por mí”.