We fuck them up and then we rebuild. El criminal comete el crimen y supone que los demás lo olvidarán. Un político y un militar ordenan bombardear una ciudad y asesinan a miles de personas y después se sientan a compartir un whisky y planear la reconstrucción. Es algo muy humano, me dirán, cometer errores y luego tratar de remediarlos. Me obsesiona la visión del que quiere oler carne quemada y después poder gozar de un aperitivo en un café, réplica del café donde alguna tarde de verano saborearon un Campari antes de idear el bombardeo. Estas campañas militares se disfrutan más que una mediocre obra de arte porque son mucho más monumentales. Así cayeron Nuremberg, Dresden, Hiroshima, Nagasaki y Tokio, una ciudad de madera devorada por las bombas incendiarias que carbonizaban a una familia antes de que pudiera darse a la fuga. Jugar a ser Dios, bah, ser un dios. Hay hijos de puta que sueñan con destruir a otra persona para poder “reconstruirla”. Precisamente, en la armonía de sus diseños, se esconde el goce de los que se profesan elegidos.